viernes, 29 de noviembre de 2013

Búscame donde nacen los dragos...


Me niego a despedirme hasta el lunes sin pasar antes por aquí, envuelta en esa cálida burbuja que sólo las letras consiguen soplar sobre mí, para que quede constancia de lo mucho que la novela debut de Emma Lira me ha gustado. Cuánto me ha emocionado. Cómo me ha enganchado y, sobre todo, cuánto me ha enseñado acerca de una Antigüedad que tengo tan cerca y que a la vez siento tan lejos... 

"Búscame donde nacen los dragos" era un libro pendiente en mi mesilla de noche desde hacía muchos meses. Pendiente, de hecho, desde el mismo día en que vi la sonrisa de Emma mientras firmaba ejemplares en el parque García Sanabria de Santa Cruz, allá por mayo. Su sonrisa llena de ilusión tanteó el terreno; la esquemática Montaña Roja, uno de mis rincones favoritos de Tenerife, de la portada de su libro, lo terminó de allanar. ¿Una peninsular escribiendo una novela ambientada en la isla y, para colmo, sumergiéndose de lleno en la espinosa y desconocida historia guanche? Olé sus narices. Su proyecto me pareció un enorme riesgo. Uno que podía haber salido fatal pero que, por suerte para ella -y para los lectores como yo, que lo hemos podido disfrutar-, ha quedado literalmente de fábula.

De fábula, sí, pero yo sé que no recordaré jamás esta novela por cuestiones de estructura, por lo más o menos depurado de su estilo, que lo es, ni por el carisma de sus personajes. La recordaré por todas las facetas de esta isla que yo ya conocía y que he amado, o vuelto a amar, gracias a la novela. Por todas aquellas que desconocía y que ella me ha enseñado. Y la recordaré, incluso, por todas esas otras que a veces me sacan de quicio, o con las que me peleo a menudo, y con las que ella ha logrado -aunque sea temporalmente ;)- reconciliarme. 

Dice la publicidad que es una "suerte vivir aquí", afirmación que yo comparto o no según el pie con que me levante... Sin embargo, hoy, mientras paladeo aún el regusto dulce de la última página de "Búscame donde nacen los dragos", lo corroboro rotundamente. Qué suerte vivir aquí. Pero no por el clima, ni por las playas, ni por el ritmo de vida, ni por el IGIC, ni por ninguna de esas cosas tan cacareadas y revenidas. Qué suerte vivir aquí porque la tierra es roja de lava y sangre; porque las piedras ocultan la  Historia -así, con mayúsculas- que no se ve a simple vista; porque las palabras titilan como un prisma de culturas. Qué suerte vivir aquí, y saber que esta magnífica novela se fraguó a unos metros de mi casa, en la misma biblioteca donde yo he pasado tantas mañanas tecleando. Qué suerte vivir aquí, donde los árboles hablan de un pasado que tuvieron la suerte de contemplar; donde hubo piratas y conquistadores, aborígenes y realeza, fenicios y bereberes, barcos y aviones; donde la inspiración rezuma en los barrancos. Ya que no lo hace el agua, algo tenía que rezumar, ¿no? ;).

Qué suerte vivir aquí, al otro lado del agua grande, y tener raíces en otra parte y alas para saltar de una a otra.



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