lunes, 9 de septiembre de 2013

Un ínfimo detalle acerca de mí...

Como autora con dos libros en el mercado y un tercero en plena fase de gestación, tengo un problemón tremendo, y éste tiene que ver con las citas que suelen aparecer al comienzo de un libro. Qué chorrada, pensarán algunos. Si eso ni siquiera es obligatorio; bastante hay con el tema de los personajes, tramas, estructura, ambientes, documentación, voces, estilo, ortografía, sintaxis, correcciones, portadas y maquetaciones, como para comerme el coco con citas esquivas que no se dejan encontrar. 

Ya, si mi problema no es que sea o no algo obligatorio, ni que no se dejen encontrar por mucho que rebusques. Mi problema es que ME ENCANTAN, y que, para colmo, a mí me salen al paso a docenas. Y como mujer soy absolutamente decidida, pero como autora soy exasperantemente indecisa. Así que, lo quiera o no, cada vez que me veo en la tesitura de elegir las citas que habrán de acompañar e introducir cualquiera de mis historias, corto y pego, hago y deshago, cambio y vuelvo a cambiar, y nunca me veo capaz de quedarme sólo con una. 

¿Solución? No quedarme sólo con una. A lo largo del proceso de creación de una novela, o incluso de un relato, son muchos los meses en los que mi cabeza no está pendiente de otra cosa que no sea de esa historia que comienza a tejerse entre neuronas. Visto así, no es de extrañar que tenga alucinaciones con ella, que la reconozca en cualquier parte, que la busque en otras obras o que tire del hilo de la inspiración en cualquier costurero. Antes de escribir, cuando los entresijos de la trama aún están empezando a fraguarse; durante su desarrollo; y también después, cuando te da tanta pena deshacerte de ella que te aferras a cualquier estímulo que te la recuerde, como en una insana relación marchita. De este modo, son muchos los meses en los que tengo ocasión de acumular citas que, desde mi subjetivo punto de vista, generan un incomparable marco de presentación de lo que está por venir. 

Cuando Faery vio la luz, me las vi y me las deseé para quedarme sólo con dos citas que fueran abriendo boca en el lector. Con Noche de Mardi Gras, lo tuve claro. Como mínimo tendría que elegir tres. Una de ellas, además, pertenecería a una canción de uno de mis artistas favoritos, la cual supuso una inagotable fuente de inspiración a lo largo de toda la elaboración del libro (¿sabes cuál es? Más abajo podrás escucharla ;)). 

Es mi cruz, está claro. Pero la asumo feliz. Y tengo claro, sean cuales sean mis proyectos futuros, que me va a costar más decidir con qué citas arrancar que la propia narración. De hecho, ya tengo una gruesa lista de candidatas pugnando por ocupar su honorífico lugar :). 


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