jueves, 29 de octubre de 2009

La voz de mi conciencia


La voz de mi conciencia nació en el Peloponeso, un sitio muy cuco que viene a quedar saliendo de Bilbao en dirección a Santurce. Sin embargo, es difícil que la veas con la falda arremangada y luciendo la pantorrilla, ya que tiende a esconder la verdadera naturaleza de su alma bajo chispeantes dosis de acidez y cinismo.


Tiene tendencia al estrés, como yo, a la ponzoña verbal, como yo, al pesimismo innato, como todo el mundo, y también a estados carenciales de motivación y confianza. Es una voz refunfuñona, peleona, insistente, dubitativa y viperina, pero es la mejor voz que te puedes encontrar si quieres dedicarte a la cosa ésta que se llama literatura (me acabo de dar cuenta de que rima con basura).


Mi voz me dice exactamente en qué momento tengo que dejar de lloriquear y ponerme las pilas. Nunca me cuenta lo que quiero oír (bueno, sí a veces), pero es mi principal contenedor de autoestima industrial cuando las cosas salen mal. No es que tenga criterio, es que ella en sí misma es un auténtico X+Z=Y, de esos que no tienen precio por lo escasos que son. Es franca, original, divertida, generosa, sensible y… ¿en cuántas ocasiones me ha ayudado a salir del bache? No puedo contarlas. No termino hoy.


Así es la voz de mi conciencia. Con sus defectos y virtudes (especialmente defectos, heredados todos de una abuela algo cascarrabias), pero no sé cómo sería capaz de llevar todo esto sin ella.

lunes, 26 de octubre de 2009

O paras o te paro yo


Sí, soy yo. Deja de hacerte la distraída y préstame atención. Ya sé que una conductista radical declarada como tú no cree en mentalismos estúpidos, pero deberías saber que existo. Estoy aquí. Tu cuerpo no es una máquina, Érika. No busques engranajes mecanicistas.


No los vas a encontrar.


A veces, no todo en la vida se reduce a un simple esquema. A veces el estímulo no va seguido de nada. A veces la respuesta se produce de forma espontánea. A veces no podemos controlar lo que nos pasa, es cierto, pero otras muchas sí. Dices que llevas 24 años oyendo la misma canción de responsabilidades, expectativas y autoexigencias en tu cabeza.


Pues no sabes lo que es SER tu cabeza. El martilleo ya no me deja dormir.


Te lo ha dicho el médico. Sí, sí, ya sé que huyes de la medicina con el mismo pavor con que te alejas de las teorías de Bandura, pero hoy te ha gritado la realidad a la cara y creo que, por una vez (y sin que sirva de precedente, claro), deberías hacerle caso.


Tu cero negativo está perfecta. Tu tensión está baja, como siempre, pero eso no debería pillarte por sorpresa.


Es tu alma la que no puede más.


Soy tu cuerpo, Érika. Acuérdate de mi existencia de vez en cuando. Las cargas que tú te impones pesan en mi espalda. Es mi estómago el que se revuelve con cada nueva crisis de estrés tuya. Son mis sienes las que palpitan cuando tus retinas dicen basta.


Estoy aquí, Érika. Estoy al límite. O te paras tú o te paro yo. Y, créeme, no te va a gustar.

lunes, 19 de octubre de 2009

Todo muro tiene un contrafuerte

-Estoy bloqueada, Nico. Muy bloqueada. Tengo miedo de no volver a sentir la misma fascinación al escribir que antes, cuando me quemaban los dedos y el alma por hacerlo. Miedo de no volver a apasionarme como solía.

-¿Crees que si ya no te apasionara estarías así?

-Me siento mediocre. Es como si nada pudiera volver a llenarme igual. Como si nada de lo que hiciera a partir de ahora pudiera estar a la altura de Mardi Gras.

-Una vez me dijiste que en Noche de Mardi Gras habías puesto toda tu alma. Todo lo que fuiste y serás. Si tu alma está ahí, ya no puedes disponer de ella a tu antojo. No trates de copiarte a ti misma. Tan sólo disfruta.



Nunca he sido una gran devota de la arquitectura románica, pero tengo que reconocerles a los del medievo su mérito al imaginar que, si adosaban a las paredes de piedra un elemento compuesto del mismo material, de tal forma que se engrosara su tamaño y se repartiera el peso de la bóveda de forma más equitativa, la resistencia de los edificios aumentaba.

Así nacían los contrafuertes.

En los últimos tiempos, yo me he sentido como un muro. Uno de esos antiguos y desvencijados muros cubiertos de moho y que sufría a escondidas el mal de la piedra. Mi aguante, ése del que decían que resultaba asombroso, estaba alcanzando sus propios límites. Hasta las más imponentes catedrales tienen que asumir los golpes y la erosión que las peores ventiscas azotan en ellas.

Mi muro, por decirlo de algún modo, no sólo estaba a punto de derrumbarse, sino que, además, estaba tan debilitado que amenazaba con afectar a los muros laterales, a las capillas, los retablos. Desafiaba con la destrucción absoluta.

Hasta que llegó algún sabio, lo vio, y le hizo el boca a boca.

Ahora mi muro tiene contrafuertes, y se eleva hacia las nubes con ganas de demostrarle al cielo, al infierno y a la tierra, todas las cosas que aún le quedan por decir. Con la ilusión de demostrar cuánto vale y, sobre todo, de saber que hay más piedrecitas labradas sosteniéndole y deseando escucharlas.

El primer contrafuerte lo construyeron hace una semana, con las palabras que figuran arriba del todo. El segundo terminó de erigirse ayer, gracias a otra persona y otras palabras que lograron que parte de mi confianza rota resurgiera de sus cenizas.

Hace tiempo dije yo que me dolían las alas de cargar con ellas. Hoy, sólo puedo decir GRACIAS a las personas que me ayudan a sobrellevar su peso.

jueves, 8 de octubre de 2009

Claudia

El polvo lo cubre todo. Baelo es una ciudad muerta. Y, sin embargo, el cielo permanece azul, y el sol sigue brillando en lo más alto los días de calor, y las olas del océano -su océano- continúan estrellándose ruidosamente contra la orilla...

Tenía 17 años cuando escribí Claudia. Han cambiado muchas cosas, incluso -particularmente- yo misma lo hice. Tantas, que a veces ni siquiera reconozco, si me detengo a leer entre líneas, a la adolescente ingenua y dispuesta a comerse el mundo que escribió esas palabras en el epílogo de su primera novela.

Pero era yo. Sigo siendo yo. Aunque trate de ocultarlo, sigo siendo esa adolescente ingenua. Y sigo dispuesta a comerme el mundo. Letra a letra.