domingo, 24 de mayo de 2009

Noche de Sábado Santo

Viví deprisa. No dejé un bonito cadáver, como diría James Dean, pero sí un rastro de amargura y remordimientos detrás de mí. Brasas que vinieron a erosionar un suelo que ya era de cenizas.


Quise abarcar entre mis brazos juveniles más de lo que entre estos podía caber. Quise tocar el cielo con los dedos y deslizarme en tobogán hasta el infierno. Viví deprisa, y no muy mal, todo hay que decirlo. Conocí dolores que ninguna persona cuerda debería haber conocido, pero también alegrías que ninguna persona cuerda conocerá nunca.



Viví deprisa, dando rienda suelta a mi irrefrenable ansia de experimentar. Me lancé a piscinas sin agua, por cuestas sin frenos, de cabeza contra zarzas de espinos. Viví deprisa, siempre tratando de mitigar esa sed insaciable de vivir.



Viví deprisa. Más, quizá, de lo que debería haber vivido. Hasta que llegaron las letras a calmarme.



Estoy a una semana de cumplir 24 años. Es sábado de madrugada. Las latas vacías se acumulan a mi alrededor. No fumo, pero si lo hiciera, seguro que estaría rodeada de colillas. El cursor parpadea sobre un documento de Word que lleva abierto toda la tarde, y la trama de Noche de Viernes Santo se hila poco a poco entre renglones. Entre páginas web, entre la espiral de colores del reproductor de windows media, entre catálogos y anhelos. Entre suspiros y señales de victoria.



Viví deprisa, muy deprisa, durante años. Luego llegaron las letras y me dieron la paz, calmaron mi cuerpo y sofocaron el nudo de mi pecho.



Mi mente, sin embargo, aún se mueve a la misma velocidad.

No hay comentarios: